Mi soledad goteaba ese día, oscura
y pesarosa, desde mi cielo gris.
Las tormentas, viajeras del alma
desencadenan, a veces, lluvias silenciosas que rasgan el alma, empujándolas
hacia la salida. Buscaba una distinta, aunque la diferencia durara el soplo de Dios.
Tenía que olvidar el amor que me
construyó la prisión de olvidos, que me había dejado herido, peor que muerto,
preso y esclavo del recuerdo. Un fantasma de mi peor pesadilla.
Era de noche. El terciopelo negro
no sedaba desazones; hormigas rojas marcaban su paso ansioso por saber que
ocurriría. La propuesta golpeó mis instintos.
Un amigo, viejo conocedor, me dijo
que debía probar; arrojarme al espacio de la nada, llenándome de adrenalina;
que los cambios eran la savia viva de los desafios, ¿por qué no? –pensé-, con
la resignación amortizada y la desesperación jaqueada por la inmovilidad.
Me colocó frente a ella, muda y
oscura en la penumbra y presentándomela -dijo
-¡ dale ¡ ... y después me contás
que tal te fue! ... que te diviertas!- sus palabras quedaron suspendidas en la
helada tarde noche del relevo de luces. Quedé solo en su casa.
Di una recorrida, para marcar esos alrededores en mi memoria;
un seguro contra lo inseguro. Volví a la casa, vigilado por la luna empecinada
en mis pasos.
Entré y el silencio me golpeó hasta
detener la circulación del futuro. Decidí sentarme.
Ahí estaba, inmóvil, no sé por qué,
convocante. La luz brillando desde el cristal, iluminó espacios de sombra.
La sentí mágica y envolvente, desbordando códigos impensables y
desconocidos, que debía traspasar. La estudié, sin descifrarla, el tiempo
babélico de llegar al cielo.
Hasta convencerme que un idiota era
el inocente del paraíso.
Vocales y consonantes se fundieron
y no se confundieron con el espacio blanco, llenándolo. Decidí por un nombre de cinco letras, que
supuse de mujer, Irina, que se agregó a la lista del sitio caliente.
Pensé que ella podría rescatarme, además de complacerme; por
eso la elegí. La invité a alejarnos del salón para una charla a solas.
Como una mariposa guiada por
tentadores vientos, marchó conmigo, desprejuiciada en alas del deseo, cuando
las puertas de la intimidad clausuraron otras impertinencias.
Una nueva luz se encendió, fue la
nuestra, para poder mirarnos... ¡entonces sí! la vi mujer. Estaba desnuda, una
bella amazona que montaba una silla.
Un paneo por el lugar, me permitió
observar el cuarto de la bella figura, que respondía con manos alertas, desde
su lugar.
Las paredes estaban pintadas de
blanco. Sobre el respaldar de la cama se hallaba un crucifijo de alpaca, que no
me hizo renunciar al viaje.
La manta dorada y matelaseada tenía
ribetes bordados en sus extremos, por donde salían flecos hilados en color oro.
Los cortinados se mecían
suaves, un ida y vuelta permitido por la
brisa del otoño.
La ciudad dormía, era madrugada,
mientras nosotros preparábamos nuestra ceremonia secreta.
Como un villano, me fui robando
prendas, hasta quedar totalmente desnudo.
Las frases fueron cayendo desde
aquí y para allá; ella, hábil, las tomaba hilvanándolas y devolviéndolas
rápidamente; una catarata de provocación que sacudía mis sentidos.
Supe de inmediato que no era su
primera vez; yo, en cambio, corría desventajas.
Como perro faldero me dejé llevar,
olfateándola.
Mi cuerpo comenzó a tomar
temperatura.
Mi miembro erecto, fue señal.
Irina lo succionaba con palabras,
las mismas que acariciaban mis oídos.
Su lengua pegajosa y sedienta, se
prendió como ventosa, mojando la ventana luminosa de la lujuria, donde asomé,
para disfrutarla.
-Me gusta que me digas cosas
chanchas- susurró sin pudores-
Abrí la boca para rociarla con
groserías, hasta perder el control sabiendo, que ella ganaba goces.
La penetré las veces que pude, de todas las formas posibles, para finalmente
terminar eyaculando en su boca, luego del gemido, oportuno.
-Para que pensar en el después... ¿qué importa
el después?-, me contestó cuando le pregunté si mañana la encontraría a la
misma hora.
-Sigamos- murmuró- ... aún
falta...-. La sentí insaciable al instante que me propuso cambiarnos de nick y
empezar una nueva historia.
-El chat da para más...-dijo-,
luego te explico.
El apagón me hizo salir
violentamente de la red.
Corté de inmediato la computadora,
desenchufé el módem y la vídeo cámara.
Ella, Irina, la pasión o como se
llame se quedó del otro lado... supongo
para seguir mintiendo...
Angeles Charlyne
De “Ironía erótica”
-2003-
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