miércoles, 18 de agosto de 2010

El hombre sin Dios

“Estoy en el último rincón del paraíso
aquí, entre la mugre y el deshonor,
en un recoveco sublime
donde pulula la felicidad
de no ser nadie en la nada
porque el hombre de vuelta
reposa tranquilamente en la animalidad.”

Juan Filloy



El sol parecía una moneda de oro, destellante, cayendo abrumadora sobre el paisaje.
La tarde vomitaba ardores y fragores, dejándose violar, abrazada a Eros y abrasando las casas y su gente.
Los pájaros trinaban buscando el aleteo próximo de la aguas.
Los riachos eran canteros resquebrajados e inútiles, vasijas de arcilla por donde se escabullían antiguas humedades.
Los pececillos, seres paridos para morir, abandonaban sitio equivocado, partiendo rumbo a destino cierto.
Todo se había transformado la noche anterior, cuando un viento sucio, austero y traidor barrió los campos, mutiló árboles y plantas y convirtió el color, el movimiento, la vida, en algo críptico, oscuro, como una foto blanco y negro, donde sólo las sombras prevalecen.
Ni una sola lágrima cayó después de la tormenta, ni una sola gota de roció para llorar la pena, sólo el lamento -instalándose demoledor- y la sospecha.
Marina, sentada en el sillón de la vieja casona, leía esa tarde.
Una extraña llamarada la sobresaltó, como si el fuego afuera se apropiara de ella, inundando el recinto y transgrediendo el silencio.
-¿Es una señal? -se preguntó- pero… ¿de qué..?.
La joven se incorporó y llevando el libro consigo se acercó a la ventana.
El libro -novela premiada- estaba deteriorado por los años, un trofeo a punto de sucumbir. El nombre del autor Bruno Salinas Crespo, -reconocido por su extensa y valiosa trayectoria literaria- brillaba en letras doradas.
Las manchas de moho sin embargo tapizaban las hojas ocres, como si mariposas traviesas se hubieran dado cita, estampándose sangrientamente negras sobre las páginas, figuras suicidas contra cristales de papel.
“El hombre sin Dios está aquí -pensó Marina, luego de presenciar lo sucedido.
La frase había quedado en su memoria minutos antes cuando decidió consultar la contratapa del libro.
Atormentado, esclavo de obsesiones ajenas -siguió recordando desordenadamente la sinopsis- luchaba, ideando la manera de soltar amarras, camino a la libertad
El hombre sin Dios había sido confinado dentro de una trama plena de exigencias y sobresaltos, donde un viejo escritor, Valentín Sosa -su creador- frustrado en sus intentos por lograr fama, prestigio y gloria, le había encomendado por medio de su pluma, la tarea de llevarlo a la fama. Asignatura que consideraba pendiente”.
“La psicosis de Valentín Sosa, juega en esta obra un papel preponderante.”El hombre sin Dios” es un abuso a la imaginación” -afirmó la crítica.
Se supo que muerto el autor, Salinas Crespo, sus familiares recopilaron los manuscritos, logrando que fuera misteriosamente editado. Misteriosamente, porque su deceso se produjo instantes antes de concluir el último capitulo.
¿Pero que había sucedido con su personaje? ¿Qué rumbo había tomado la historia? ¿Valentín Sosa había podido lograr su propósito? ¿Y qué fue…del hombre sin Dios....?
¿Qué le quedó por decir a Bruno Salinas Crespo...?.
Un diario Londinense, dijo en una de las citas, no haber hallado explicación para tal audacia –se refería a la de la familia que entregó el material inconcluso y a la irresponsabilidad de la editorial que a sabiendas, lo publicó- .“Mucho menos comprendemos la respuesta favorable del lector”.-finalizó diciendo.
¿Qué habían encontrado los lectores en una obra sin un final aparente...?
Un epílogo abierto… Un interrogante difícil de dilucidar.
A Marina, le había llegado a sus oídos la versión polémica del libro. Confuso para su época, seguía en la actualidad derribando fronteras, recibiendo elogios y acaparando la atención de lectores.
Lo percibió cuando felizmente para ella, gracias a la ayuda de una escalera, encontró un ejemplar en el estante alto de madera de la vieja casa, donde las telarañas insinuaban una fiesta de fascinación y velo, donde todos los olvidos estaban permitidos, cubiertos de polvo y a resguardo de indiscretas miradas.
Un extraño sudor se fue adueñando de su piel y emociones mientras lo leía… adrenalina dispuesta a ser río.
La trama le resultaba -como seguramente para otros- un enigma a descifrar, que la impulsaba seguir en la constante búsqueda. Su dedo índice humedecido, trabajaba con empeño para saber más.
El murmullo creciente de las palabras, el andar de las metáforas… el suspenso que creaba la pausa no le daban respiro.
Sabía que una sola gota de tinta de más de su autor Bruno Salinas Crespo, una de menos, podrían llegar a cambiar el rumbo y el destino de los protagonistas, que a su juicio eran dos. ¿Pero hasta donde había llegado la sangre negra...?¿y a quién pertenecía? -se preguntaba.
La ruta -un camino polvoriento, desde su visión casi encandilada por los rayos del sol pegando contra el vidrio de una de las ventanas, parecía ahora dividido en dos, donde las dos líneas se disputaban gente.
Uno de los accesos era amplio, generoso, tentador, -una boca abierta, carnosa, que insinuaba- por donde los pueblerinos se encaminaban.
El otro camino, el que se negaron transitar, era pequeño, angosto, se asemejaba a una franja plana, lisa, recta, sin desvíos posibles, -una llamada de atención a la conciencia- sin estrías como una púber anatomía, sin huellas ni heridas.
Marina comenzó a vibrar, como si la escena, el paisaje y el gentío le transmitieran ondas sonoras.
El libro apabullado, se deslizó de su mano, buscando refugio sin temblores.
Sus páginas abiertas como pétalos, jugaron el instante en que duró el placentero vuelo, para luego afirmarse a la quietud próxima del piso.
Absorta lo persiguió con la mirada, hasta descubrirlo luego, luciendo blanco, inmaculado, en paz, sin pecados ni sombras.
“El hombre sin Dios” ha huido, ¡se ha salvado! -exclamó con certeza-, mientras una informe silueta salía de la sala, corriendo rumbo a la ruta.
¿Cuál había sido el final que había interpretado el resto? -confusa, se preguntó.
Otra vez una oleada calurosa embriagó el aire. Un reguero de tinta negra se esparció, alfombrando el suelo y confundiéndose entre a la multitud.
Los insanos, cobardes y corruptos, desfilaban abordando el camino grande, el más fácil, el más corto, por donde transitan las almas de los que buscan sólo gloria.
¿Era el sello de Valentín Sosa, persistente en sus deseos?
El hombre sin Dios ahora estaba eligiendo -se dijo Marina cuando lo vio cruzar sin dudar.
El sendero angosto -aquel que cuesta por ser estrecho y extenso- se abría, mostrándole la llama de la luz, que flameaba intacta sobre el final.
“Para él, la gloria sólo representaba un camino de ida -segura se confirmó-… una escapada sin regreso…”


Angeles Charlyne



El Cristo azul/T/M

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