viernes, 18 de enero de 2013

Ratones en la noche



La voz, en la radio, sonó gutural. Ella se encendió. No sabía por qué esta vez.
Otras, creyó que sus urgencias coincidían.  Pero ahora, era distinto. Se sintió desnuda. Inerme. Alguien rasgaba, sin permiso, los velos de su pudor, malamente conservado.
Se resistió en la penumbra del cuarto. Procuraba, siempre, de las luces de neón que ingresaban transgresoras por la ventana, la concesión, cuando podían diluir situaciones extremas y su exploración maquinal, la superaba. 
-Esta voz es nueva  -se dijo-, lo pensó y fue peor.
Las formas de la imaginación sacuden desde el fondo del alma y los tiempos; los fantasmas que muchas veces no aceptamos, porque son el peor espejo en el que nos queremos reflejar, se agitan implacables.
Le pareció que él, adrede, hacía visajes tonales dedicados a ella. Lo insultó en silencio. Pero estaba a merced de lo desconocido. Nunca  -palabra excesiva-había tenido compulsiones parecidas. Ni siquiera, pensó, era su recurso nocturno de recreo, escuchar la radio y construir fantasías virtuales.
Decidió, con la impulsividad con la que cometió los mayores y mejores desatinos, que debía sacarse de la cabeza, tensiones y, del cuerpo, ansiedades.
Las horas inciertas, donde la noche agazapa gatos de la memoria, suelen jugar ciertas pasadas confusas.
Ella se miró al espejo una vez; se sentía y tenía motivos  para concederse aprobación. 
La imagen gentil que le devolvió, la conformó; sabía que muy pocos tipos podían resistir semejante poder animal de seducción; además la colección albergada entre sus piernas, ahora tibias, eran el mejor resguardo contra las dudas, nunca suyas.
Salió, imperiosa como de costumbre, segura que la dominación nunca transita  tiempos de escándalo; decidió, repentinamente, que debía quitarse, rápido, esa pesadilla que la tenía dispersa.
La bruma devino en llovizna y sintió que era su mejor tiempo. 
Aguardó, paciente, que la hora de los cambios de luces y final de programa, convinieran  con ella  las respuestas.
Su auto era un modelo educado, de un mundo que no registraba número.
El, algo encorvado, por la llovizna que le pesaba, decidió buscar un taxi.
La madrugada pinta de grises los fantasmas. 
Es hora, se dijo, donde todo parece coincidir.
Los rescates, para él, eran sombras del pasado.
Las luces de la coupe color metalizado, se le antojaron un exceso de tonos opresivos.
No le ocurrió lo mismo con el dorado rojizo, incendiado, que desde la butaca del conductor parecía apuntarle como un arma.
Una sinfonía imposible de no ser oída. Mucho menos vista y peor, todavía,  saboreada.
Hubo cierta duda, nacida del oficio. Cuidados de otras tentaciones que se llevaron por delante mucha más experiencia que la suya, en tiempos de plomo, donde lo más barato en el mercado, era la vida.
Sacudió la cabeza. Los recuerdos obviables y el pasado.
La carne era fresca y, parecía, en oferta.
Ella, le hizo una seña, casi imperceptible,  él debió guardar en el brazo, el impermeable de otras coberturas.
Nadie se lo indicó pero el voltaje estaba en el aire y él sabía que debía decidir.
Hubo tiempos en que las decisiones cobraron riesgos en vida.
Allí sepultó amores y amigos, no se lo podía contar a nadie, sobre todo si, como ahora, estaba frente a la violencia y sensualidad del ya y ahora.
Subió al auto, luego de sacudir, no sólo el agua del desborde, también nostalgias y prudencias, a esta altura de violencias y prescindencias de valores,  cuando se remató su futuro.
Ella, sólo lo miró, para constatar que era él, ese objeto del deseo y la fantasía; él supo que ese, sin que ella lo mencionara, era un momento de decisión.
La mirada de ella, estableció la aprobación especulativa. Para él alcanzaba. Además y ella no lo sabía, estaba fatigado.
Ella, firme en la autosatisfacción eligió, sin preguntar el destino primero.
La comida transitó los sabores agridulces y los saberes complementarios en forma de vino.
Los rescoldos del fuego, sabiamente alimentados, enmarcaron el café y los licores.
Los tiempos de las definiciones aceleraban ritmos.
La charla fue sucesión de murmullos y rumores, prolijamente orquestados por las apetencias, absolutas de ella, cuidadas de él.
Salieron del lugar y ella, otra vez sin consultar decidió que, cuando y como.
El lugar, por supuesto albergaba su sello y cuando abandonaron el palier del ascensor, la marca estaba en la boca de él.
La luz del lugar actuaba en simultáneo con la música y  le pareció una escenografía excesiva. También ella.
Sus manos eran alimentadas por urgencias con furias de tornados y se refugió en la prudencia de acompañar cada gesto.
Ella no se permitió ni le permitió treguas. Quería todo. Ya y ahora.
El sabía que los ritmos mueven el mundo y después, luego y casi debajo, en el ojo del huracán, allí donde todo es calma y placidez, comenzó a construir su respuesta.
La satisfacción, se dijo, es un tiempo que no tiene precisiones.
Pensó en esto mientras ella, abandonaba la multiplicidad de orgasmos y avanzaba hacia la placidez de la plenitud. El momento en que abandonaba la guardia. El tiempo en que, para él, comenzaba el goce perpetuo.
Nunca la dejó salir de sobre sus piernas y ella, luego de la primera depredación, decidió ansiosa, que se iniciaba un tiempo. Nadie le dijo si sería mejor. Pero ella lo entendió. 
El,  desde el remoto origen  donde el zócalo del edificio de la vida expone los tiempos, decidió zambullir sus reparos para refugiarse en la lluvia multicolor que le devolvió el chapuzón.
La ritualidad de la concentración le dictó que todas las puertas deben abrirse y así comenzó a proceder, para festejar con su lengua, dentro de ella, las fiestas de antiguas celebraciones. A medida que ella se abandonaba al placer y disuelta en la extenuación que provoca sentirse colmada, desbordada por esa máquina de carne y litio, multiforme, cuando quería exhalar el suspiro de la tregua, con esa lengua propietaria de la suya en tanto, dentro, le pintaban los paisajes de oro, los sucesos impensados... 
Todo y nada fue cierto, ella desmayó, finalmente y no pudo advertir su partida, luego del alborozo que el estallido de un vuelo de palomas, partiendo raudas del alfeizar de la ventana, ahogaron la voz que él registraba, para el después, en el equipo sonoro, todavía asombrado...

“Querida... no me busques... estoy en el aire... que respiras, en el vuelo de la alondra y en el silencio que llega... junto con la tanda... chau...”


Angeles Charlyne

De la serie:Ironía erótica”

lunes, 14 de enero de 2013

La pasión... desde el otro lado...


Mi soledad goteaba ese día, oscura y pesarosa, desde mi cielo gris.
Las tormentas, viajeras del alma desencadenan, a veces, lluvias silenciosas que rasgan el alma, empujándolas hacia la salida. Buscaba una distinta, aunque la diferencia durara el  soplo de Dios.
Tenía que olvidar el amor que me construyó la prisión de olvidos, que me había dejado herido, peor que muerto, preso y esclavo del recuerdo. Un fantasma de mi peor pesadilla.
Era de noche. El terciopelo negro no sedaba desazones; hormigas rojas marcaban su paso ansioso por saber que ocurriría. La propuesta golpeó mis instintos.
Un amigo, viejo conocedor, me dijo que debía probar; arrojarme al espacio de la nada, llenándome de adrenalina; que los cambios eran la savia viva de los desafios, ¿por qué no? –pensé-, con la resignación amortizada y la desesperación jaqueada por la inmovilidad.
Me colocó frente a ella, muda y oscura en la penumbra y presentándomela -dijo 
-¡ dale ¡ ... y después me contás que tal te fue! ... que te diviertas!- sus palabras quedaron suspendidas en la helada tarde noche del relevo de luces. Quedé solo en su casa.
Di una recorrida,  para marcar esos alrededores en mi memoria; un seguro contra lo inseguro. Volví a la casa, vigilado por la luna empecinada en mis pasos.
Entré y el silencio me golpeó hasta detener la circulación del futuro. Decidí sentarme.
Ahí estaba, inmóvil, no sé por qué, convocante. La luz brillando desde el cristal, iluminó espacios de sombra.
La sentí mágica y envolvente,  desbordando códigos impensables y desconocidos, que debía traspasar. La estudié, sin descifrarla, el tiempo babélico de llegar al cielo.
Hasta convencerme que un idiota era el inocente del paraíso.
Vocales y consonantes se fundieron y no se confundieron con el espacio blanco, llenándolo.  Decidí por un nombre de cinco letras, que supuse de mujer, Irina, que se agregó a la lista del sitio caliente.
Pensé que ella  podría rescatarme, además de complacerme; por eso la elegí. La invité a alejarnos del salón para una charla a solas.
Como una mariposa guiada por tentadores vientos, marchó conmigo, desprejuiciada en alas del deseo, cuando las puertas de la intimidad clausuraron otras impertinencias.
Una nueva luz se encendió, fue la nuestra, para poder mirarnos... ¡entonces sí! la vi mujer. Estaba desnuda, una bella amazona que montaba una silla.
Un paneo por el lugar, me permitió observar el cuarto de la bella figura, que respondía con manos alertas, desde su lugar.
Las paredes estaban pintadas de blanco. Sobre el respaldar de la cama se hallaba un crucifijo de alpaca, que no me hizo renunciar al viaje.
La manta dorada y matelaseada tenía ribetes bordados en sus extremos, por donde salían flecos hilados en color oro.
Los cortinados se mecían suaves,  un ida y vuelta permitido por la brisa del otoño.
La ciudad dormía, era madrugada, mientras nosotros preparábamos nuestra ceremonia secreta.
Como un villano, me fui robando prendas, hasta quedar totalmente desnudo.
Las frases fueron cayendo desde aquí y para allá; ella, hábil, las tomaba hilvanándolas y devolviéndolas rápidamente; una catarata de provocación que sacudía mis sentidos.
Supe de inmediato que no era su primera vez; yo, en cambio, corría desventajas.
Como perro faldero me dejé llevar, olfateándola.
Mi cuerpo comenzó a tomar temperatura.
Mi miembro erecto, fue señal.
Irina lo succionaba con palabras, las mismas que acariciaban mis oídos.
Su lengua pegajosa y sedienta, se prendió como ventosa, mojando la ventana luminosa de la lujuria, donde asomé, para disfrutarla.
-Me gusta que me digas cosas chanchas- susurró sin pudores-
Abrí la boca para rociarla con groserías, hasta perder el control sabiendo, que ella ganaba goces.
La penetré las veces que pude,  de todas las formas posibles, para finalmente terminar eyaculando en su boca, luego del gemido, oportuno.
 -Para que pensar en el después... ¿qué importa el después?-, me contestó cuando le pregunté si mañana la encontraría a la misma hora.
-Sigamos- murmuró- ... aún falta...-. La sentí insaciable al instante que me propuso cambiarnos de nick y empezar una nueva historia.
-El chat da para más...-dijo-, luego te explico.
El apagón me hizo salir violentamente de la red.
Corté de inmediato la computadora, desenchufé el módem y la vídeo cámara.
Ella, Irina, la pasión o como se llame se quedó del otro lado...  supongo para seguir mintiendo...




Angeles Charlyne

De “Ironía erótica”
        -2003-