lunes, 14 de enero de 2013

La pasión... desde el otro lado...


Mi soledad goteaba ese día, oscura y pesarosa, desde mi cielo gris.
Las tormentas, viajeras del alma desencadenan, a veces, lluvias silenciosas que rasgan el alma, empujándolas hacia la salida. Buscaba una distinta, aunque la diferencia durara el  soplo de Dios.
Tenía que olvidar el amor que me construyó la prisión de olvidos, que me había dejado herido, peor que muerto, preso y esclavo del recuerdo. Un fantasma de mi peor pesadilla.
Era de noche. El terciopelo negro no sedaba desazones; hormigas rojas marcaban su paso ansioso por saber que ocurriría. La propuesta golpeó mis instintos.
Un amigo, viejo conocedor, me dijo que debía probar; arrojarme al espacio de la nada, llenándome de adrenalina; que los cambios eran la savia viva de los desafios, ¿por qué no? –pensé-, con la resignación amortizada y la desesperación jaqueada por la inmovilidad.
Me colocó frente a ella, muda y oscura en la penumbra y presentándomela -dijo 
-¡ dale ¡ ... y después me contás que tal te fue! ... que te diviertas!- sus palabras quedaron suspendidas en la helada tarde noche del relevo de luces. Quedé solo en su casa.
Di una recorrida,  para marcar esos alrededores en mi memoria; un seguro contra lo inseguro. Volví a la casa, vigilado por la luna empecinada en mis pasos.
Entré y el silencio me golpeó hasta detener la circulación del futuro. Decidí sentarme.
Ahí estaba, inmóvil, no sé por qué, convocante. La luz brillando desde el cristal, iluminó espacios de sombra.
La sentí mágica y envolvente,  desbordando códigos impensables y desconocidos, que debía traspasar. La estudié, sin descifrarla, el tiempo babélico de llegar al cielo.
Hasta convencerme que un idiota era el inocente del paraíso.
Vocales y consonantes se fundieron y no se confundieron con el espacio blanco, llenándolo.  Decidí por un nombre de cinco letras, que supuse de mujer, Irina, que se agregó a la lista del sitio caliente.
Pensé que ella  podría rescatarme, además de complacerme; por eso la elegí. La invité a alejarnos del salón para una charla a solas.
Como una mariposa guiada por tentadores vientos, marchó conmigo, desprejuiciada en alas del deseo, cuando las puertas de la intimidad clausuraron otras impertinencias.
Una nueva luz se encendió, fue la nuestra, para poder mirarnos... ¡entonces sí! la vi mujer. Estaba desnuda, una bella amazona que montaba una silla.
Un paneo por el lugar, me permitió observar el cuarto de la bella figura, que respondía con manos alertas, desde su lugar.
Las paredes estaban pintadas de blanco. Sobre el respaldar de la cama se hallaba un crucifijo de alpaca, que no me hizo renunciar al viaje.
La manta dorada y matelaseada tenía ribetes bordados en sus extremos, por donde salían flecos hilados en color oro.
Los cortinados se mecían suaves,  un ida y vuelta permitido por la brisa del otoño.
La ciudad dormía, era madrugada, mientras nosotros preparábamos nuestra ceremonia secreta.
Como un villano, me fui robando prendas, hasta quedar totalmente desnudo.
Las frases fueron cayendo desde aquí y para allá; ella, hábil, las tomaba hilvanándolas y devolviéndolas rápidamente; una catarata de provocación que sacudía mis sentidos.
Supe de inmediato que no era su primera vez; yo, en cambio, corría desventajas.
Como perro faldero me dejé llevar, olfateándola.
Mi cuerpo comenzó a tomar temperatura.
Mi miembro erecto, fue señal.
Irina lo succionaba con palabras, las mismas que acariciaban mis oídos.
Su lengua pegajosa y sedienta, se prendió como ventosa, mojando la ventana luminosa de la lujuria, donde asomé, para disfrutarla.
-Me gusta que me digas cosas chanchas- susurró sin pudores-
Abrí la boca para rociarla con groserías, hasta perder el control sabiendo, que ella ganaba goces.
La penetré las veces que pude,  de todas las formas posibles, para finalmente terminar eyaculando en su boca, luego del gemido, oportuno.
 -Para que pensar en el después... ¿qué importa el después?-, me contestó cuando le pregunté si mañana la encontraría a la misma hora.
-Sigamos- murmuró- ... aún falta...-. La sentí insaciable al instante que me propuso cambiarnos de nick y empezar una nueva historia.
-El chat da para más...-dijo-, luego te explico.
El apagón me hizo salir violentamente de la red.
Corté de inmediato la computadora, desenchufé el módem y la vídeo cámara.
Ella, Irina, la pasión o como se llame se quedó del otro lado...  supongo para seguir mintiendo...




Angeles Charlyne

De “Ironía erótica”
        -2003-

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