domingo, 20 de noviembre de 2011

Los gatos que vio Julio…

Julio trató de erguir los hombros para construir una indiferencia. Le costaba, no porque fuera considerado, sino porque su espalda portaba huellas, rastros de una represión salvaje que no lo paralizó por pura casualidad. En realidad porque esa fatídica noche se cortó la luz en el “chupadero”, donde lo tenían encerrado interrogándolo para que delatara a quienes nunca había conocido.
La locura de los torturadores legitima tortuosas maneras de justificar sus acciones. Pero ahora, Julio estaba seguro que había llegado agosto, en esa fría y lluviosa noche que completaba una semana sin ver el sol. Casi igual a su primer semana de prisión “política”, cuando se les fue la mano y a él los centros nerviosos que articulan su espalda.
Agosto tenía, para él ¨ ese que se yo ¿viste?¨ que sentía en los huesos.
De aquel exceso le quedó el aspecto de alguien ligeramente inclinado hacia delante, como prestando atención, una de las pocas cosas que podía prestar.
Salió golpeando tras de sí la puerta de hierro gigante. En realidad dejando que se golpeara. Su ruido ominoso también le recordaba los chasquidos de las celdas. Se consoló pensando que por lo menos él pudo escucharlos. Hubo otros que ni siquiera llegaron, se quedaron en la primera sesión de picana a todo voltaje, técnica que usaban para instalar el terror. No iban despacio para aumentar luego, aquellos animales, ellos decían que si pasaban la prueba, no les quedaban ganas de resistir para otra.
No volvió la cabeza, tampoco podía, la noche avanzaba, agitada, rumbo a la madrugada. Se iba a detener justo en la mitad porque el ciclo eterno se cumple en alguna parte, cierta detención sofisticada donde el tiempo guiña para anunciar el cambio de día.
Pudo ver que la jauría de perros que suele dormitar a la vera del portón alzaba las cabezas, husmeaba el aire, buscando rastros de comida en las bolsas de desecho, pero sin agregar inquietud por su paso, ellos lo conocían y esa aceptación le volvió a dar seguridad. No se movieron demasiado. Cuesta tiempo y espacio fabricarse un poco de calor y no gastaron energías ni curiosidad para seguir sus movimientos.
Caminó algunas cuadras, seguras para él, -aunque la seguridad es una ausencia social colectiva-. Al doblar la quinta boca calle se encontró con la mujer, se detuvo, sorprendido. No era la misma mujer que solía encontrar haciendo los mismos menesteres cada noche, por lo menos en las que la encontraba. Ella se disculpó con un gesto silencioso pero apesadumbrado.
Julio pudo notar en la oscuridad las brillantes miradas de los gatos, más de diez seguro, pero no pudo ni le interesó demasiado hacer un inventario. Se quedó mirando como ella cumplía el ritual de alimentarlos. Los gatos la habían aguardado pacientemente, durante un tiempo, pese a que su control no era humano, por supuesto. Desde una ventana entornada y con las cortinas bajas, se deslizaba la música de Vangelis al “hombre desconocido”, se dijo que bien podía tratarse de él mismo, ya que lo aprendió a los golpes cuando supo que un documento de identidad jamás lo identificó a la hora de apelar su condición.
Iba a preguntarle a la mujer por la otra mujer, cuando ella, sin volver la cabeza susurró
-Doña Luisa se murió el domingo, días antes me pidió que yo siguiera alimentando a “su familia”-como ella llamaba a los gatitos-. No me pude negar -agregó-. Además aunque vengo dos veces por día, una después del mediodía y otra por la noche, como ahora, cuando puedo dejar las obligaciones de casa, me llego. No quiero que nadie me cuestione por seguir este trabajo.
Julio sacudió la cabeza y unas gotas de incredulidad se deslizaron para amerizar sobre el bigote gris.
-¿De qué murió doña Luisa, estaba enferma?, interrogó Julio, quien se había encariñado con esa sombra nocturnal que tropezaba en ese mismo sitio. Nunca pidió ayuda. Los vecinos le guardaban cierta tolerancia, lo único que eran capaces de guardar -nunca alimento para los gatitos-, aceptando a regañadientes que, “esa loca nos invade con gatos la cuadra”, cuadro, en realidad, de situación aceptada.
Julio lo sabía por las otras vecinas que en los negocios del barrio, dejaban, como los envases vacíos, mensajes en una botella para contar el crecimiento gatuno de los comensales de la Luisa que ya no estaba.
-Se murió de tristeza -fue la escueta y queda respuesta- ¡Otra cosa no!, estaba sana.-respondió la mujer que dijo también llamarse Luisa.
-¿Igual que ella? -apuntó Julio, ligeramente sorprendido.
-¿Vio que casualidad? Claro por allí no es casualidad, pero ella me pidió que no los abandonara y aquí estoy tratando de no fallarle.
Los gatos, agazapados, conocían la proximidad de la jauría perruna que no estaba lejos de ellos. Pero el hambre es más fuerte, quizás más que el amor, pese a lo que diga “Tanguito”.
Montados sobre los pilares, aguardaban con la paciencia de siglos que supieron cultivar. Julio los miró con más atención reparando que ninguna atención él les provocaba.
Notó que la mujer iba a cerrar la puerta de la casa donde estacionaban los gatos; por una fracción de eternidad sintió que eso no estaba bien y pudo oír, ahora si con nitidez, la prisa de los perros que, en silenció venían por ellos.
La mujer se distrajo, mala cosa para los gatos que, famélicos, no se permitieron la huida.
Julio se dijo que la muerte avisa sin aviso y dobló la esquina sin mirar atrás.


Angeles Charlyne





"Gatomirada"
-Témpera-

lunes, 14 de noviembre de 2011

“Vida Frida… suFRIDA”


"Textura Otoñal"
Xilografía
taco/23x30
-Vidrio antireflex-


No se me quita el dolor, no se me quita.

Mi cuerpo es un camino horadado de espanto,
hay huellas y senderos,
un tren que pasa y desbarranca.
La casa azul se mece, se acongoja… tiembla.
La nada es sólo eso:
una figura inmóvil, una ciudad que se abre,
un cataclismo, una flor… una fruta putrefacta.

Tengo un país dormido en mis espaldas,
una matriz que llora, virgen, hueca;
un niño no nacido,
un vino sin beber,
un epitafio con bigote,
un desconsuelo sin final,
una carretera que duele
y se vuelve, cada vez más ancha.

Los pájaros de mis manos,
son palomas blancas…
siempre cantan,
cayendo al abismo de los rojos,
al lecho de la muerte,
a la paleta oscura
donde dibujo tu nombre.

Hambrienta de mañanas,
mendiga de migajas,
… soy un cuervo que te busca y llama.
Y no eres mío Diego!
No eres del viento,
ni de la brisa, ni de sol!
No eres… de nadie!.

A quién le pertenece mi suFrida vida?
A las patas de mi cama…?
A la lengua del dragón que lame mis heridas?
A los techos de mi cuarto?
A la mancha de mis sábanas…?

A quién le pertenezco Diego? si me marcho,
si te marchas!


Angeles Charlyne
Homenaje a Frida Kahlo
-2011-



by Fátima Queiroz