miércoles, 2 de marzo de 2011

Frutas para Eva

El paisaje de la locura, gris como la fachada del edificio, se mostraba demoledor.
Desde el auto, las cucarachas de Kafka eran sombras proyectadas por los árboles, que pendulaban y la metamorfosis que, merodeaba todo, -mientras lo estacionaba- decía presente.
No pude esquivarlo. Mis ojos lo recorrían como si fuera la primera vez.
No sé por qué la melancolía me jugó una mala pasada, y juzgó cosquilleos en el alma, dando aviso al hombre que no podía permitirse ciertas emociones.
El desmesurado encuentro con las formas, antes nunca reparadas me sobresaltó, aunque sé que debo tener claro que, a expertos del oficio como yo, el impacto de la razón no debe doblegarlos, mucho menos confundirlos, pero sucedió el segundo que duró la huida de la observación.
El velo de la noche, misterioso cómplice de sombras, albergaba en su estructura maciza de cemento, otras sombras, viejas conocidas que, erráticas, cuando la oscuridad descendía, vagaban por los corredores, un cortejo de figuras perdidas de la nada.
Tomé el delantal blanco, lo coloqué sobre el brazo, mi perchero de carne, para tratar de que llegara impecable.
Era viernes y para colmo, primer día de guardia.
Desde la planta alta, se escuchaba un bullicio que se me antojó ominoso.
-¿Dónde está la vigilancia? -me pregunté- justo en el momento en que mi ropa se bañaba de rojo; un jugo venido del cielo.
Otra vez mi mirada volvió a trepar, para tratar de encontrarme con la línea de luz que se apagaba, ocultando al culpable, una ascensión prescindible.
-“La Eva”, así le dicen... ¡debe haber sido ella!, siempre anda con su bandeja de cerezas, surtida y surtiendo. ¡No se salva nadie! -dijo Ramón el sereno -; todas las noches tiene la misma costumbre, se pasea sin ropas por los salones, comiendo esas frutas; cuando algo la excita, las lanza desde el tercer piso, a manera de provocación ¿vio? y siempre se gana respuestas. Bueno, no lo entretengo más, otra vez le sigo contando. ¡Pase por favor! se le hará tarde para marcar la tarjeta -finalizó el hombre de delantal gris.
La pálida y delgada figura del “pelado”, apoyado contra la pared del corredor, me detuvo para pedirme un cigarrillo, tuve que explicarle, que no fumaba.
El hombre, desconfiado, hurgó los bolsillos de mi chaqueta desabrochada, hasta hacer caer la lapicera Parker.
Me preguntó si era una nueva marca de puchos; sin esperar respuesta se la puso en la boca ajada y pitó con fuerza, hasta desistir, arrojándola furioso al piso
–¡Esto es una porquería!, ustedes los “tordos”, no saben con qué darse, ¡miré... mire! ... me manché todo de azul -dijo- dándole una patada, hasta hacerla rodar debajo de uno de los bancos
La luz fluorescente del tubo, brillaba por su ausencia... como la razón.
Me agaché, puteando mentalmente para buscarla, tanteando, ansioso por recuperarla.
“Una Parker es una Parker, ¡carajo!” -furioso recalqué
Un jadeo extraño, a mis espaldas, me hizo incorporar de inmediato.
El susurro estaba tan cerca que el aliento me empañó el oído y me resistí a volverme.
Una mujer emergió desde la penumbra, pegándose a mi cuerpo.
El vello ensortijado de mi brazo izquierdo se erizó; un gato asediado por el desconcierto la duda y el temor ante otra especie.
La vi desnuda, tentadora y roja como la fruta que aprisionaba con el pulgar y el índice, para llevarse a la boca.
La fuente, desmesuradamente llena, impactaba. Una sinfonía de belleza y aroma.
Un racimo colorido y jugoso. Una proyección de sus ojos de mirada sugerente.
Ella, de melena corta y negra, más frutal y convocante, era un manjar que derribaba límites, aplastando rojos contra mi pecho descubierto.
De a poco, el humano depredador se fue internando bajo mis ropas, que me fueron arrancadas ferozmente, para caer sobre el piso acerado y gastado del lugar.
Antes de sellarme la boca y en el aliento previo dijo “soy Eva no lo olvides”
Estaba instalada sobre la carne expectante de este Adán; mordiendo vorazmente mi cuello hasta penetrar los huecos húmedos de las axilas y lograr tibios espasmos.
Estaba tensado al límite y el descontrol golpeaba la puerta; cada región de mi cuerpo fue presa fácil del contacto que la lengua hábil, generosa y complaciente, proporcionaba, dosificaba, llevándome al deliro.
Todo yo, fui un irreconocible animal, estremecido y estatua, esclavo de sus instintos.
Me sacudíó el ruido estrepitoso de la bocina del auto. Mis brazos amurados sobre el volante, estaban en cruz.
Me había quedado dormido, dejando velada, por desgracia, la fantasiosa película de un sueño, justo antes de llegar a mi nuevo destino.
Un hombre vestido de uniforme gris, se acercó diciendo:
-Soy Ramón, el sereno apúrese ¿usted es el nuevo médico psiquiatra... no ...?
¿Sabe?...-continuó diciendo- hay una interna que está más que “chapita”. Se llama Eva... ¡prepárese! ... porque tiene por costumbre desnudarse y ahora está a los gritos... pidiendo frambuesas...


Angeles Charlyne

De: Ironía erótica

1 comentario:

  1. literatura surrealista, excelente relato Angeles la temática muy bien abordada.
    Te sigo aquí, besos:-)

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